Transiciones

Este año, gracias a algún romano que diseñó un calendario hace miles de años (y el Papa Gregorio quien nos impuso su calendario en 1582), la edad que cumplí y el día de de mi cumpleaños coincidieron (cumplí 27 el 27, el mes ya no importa). Esa fecha siempre me pareció tener alguna importancia. Aproveché la oportunidad para reflexionar acerca de lo que ha pasado en mi vida en los últimos años, los cambios que se han dado, las transiciones por las que he pasado, enfocándome en particular en mi transición espiritual. Escribí esta reflexión en forma de una carta abierta y lo mandé a algunas personas cercanas a mí. Han pasado unos meses, lo he trabajado y editado un poco y decidí compartirlo aquí para los demás que se interesen.

Obviamente los cambios más significantes, por fuera al menos, han sido terminar mi carrera y mudarme a Alemania. Fueron dos transiciones importantísimas.

La transición de la vida de estudiante a la vida de profesional fue una aventura y tuvo sus desafíos pero en retrospectiva fue más fácil de lo que esperaba. A veces extraño compartir con los compañeros y amigos de la facultad, y tener una carga horaria relativamente liviana y flexible la mayor parte del tiempo, excepto hacia el final del semestre, pero me encanta ahora estar trabajando a tiempo completo, ganándome la vida, con pocas preocupaciones por mis gastos, y llegar a casa sin tener que pensar en tareas, proyectos, exámenes o tesis. Las noches y los fines de semanas son muchísimo más relajantes, ahora puedo viajar y salir más, y estoy muy contento con esta vida de trabajador, por ahora.

La transición de Paraguay a Alemania fue un poco más difícil, y no a causa del clima. Aunque tenga ascendencia alemana, hable alemán en casa, y haya crecido en una cultura ruso-alemana, yo no me siento alemán y tampoco me identifico personalmente como tal, y tuve aquí unos cuantos choques culturales. Si bien los alemanes no son tan fríos y directos como me habían informado los estereotipos, sí son mucho más fríos y directos que los sudamericanos. Tuve confrontaciones muy incómodas y difíciles con la familia que me hospedó los primeros meses aquí, y pasaron varios meses hasta que encontrara mis primeros amigos. El primer año en particular, casi todo el 2018, fue bastante solitario y me costó adaptarme, más a la cultura que al trabajo o el ritmo de vida.

Ahora ya estoy aquí casi dos años y tengo un buen grupo de amigos, la mayoría extranjeros como yo pero también algunos alemanes, y comparto una buena vivienda con un buen compañero de piso que también viene del continente. Extraño mis amigos y mi gente en Paraguay pero ya me agrada vivir aquí en Berlín, y me pienso quedar unos años más.

Una tercera transición de la que no hablé públicamente hasta ahora pero que para mí es la más importante y también la más larga y la más difícil fue mi transición de fe, o transición espiritual. Algunos hablan de deconstrucción espiritual, y me parece también un término adecuado, pero más hablo de transición.

Si no sabes de qué estoy hablando, no estás solo. Ya estoy en el tercer año de esta transición y ni yo sé de qué estoy hablando muchas veces. A muy poca gente le he contado, por una multitud de razones, en parte porque simplemente no sé cómo contarlo. Pero esta vez voy a intentar describir mi proceso, mi viaje espiritual de los últimos años, “mi testimonio”, para que quizás algunos entiendan por qué pienso y creo de forma distinta hoy. Y en especial para animar a aquellos que están pasando por algo similar y creen estar solos.

Hace casi tres años dejé de creer en Dios.

Suena dramático, y la realidad es un poco más compleja. Ni siquiera sé por dónde empezar.

No me volví ateo. Creo. Pero sí ha cambiado muchísimo la manera en que pienso acerca de Dios, Jesús, la Biblia, la Iglesia, las religiones, las demás personas, y mi fe.

Volvamos unos años atrás. Los que me conocen de la iglesia saben que me encantaba servir en ella y colaborar con el ministerio de jóvenes. Buscaba aprender siempre más acerca de Jesús, crecer en la fe, y ponerlo todo en práctica. Amaba a la iglesia, amaba a los jóvenes, y amaba a Dios.

Mi conocimiento teológico nunca me satisfizo, siempre quería saber más. Estaba convencidísimo de que quería ser parte de la construcción del reino de Dios, y que Dios tenía un gran plan y un propósito específico para mí. Como me fascinaba la ciencia y disfrutaba tener discusiones intelectuales, estaba consciente de muchos cuestionamientos a la fe y a la religión, y estaba seguro de que parte de mi propósito sería defender la creencia en Dios. Entonces me puse a leer y leer y leer, para no dejar de aprender acerca de la fe que decía profesar.

Hace unos años este proceso de aprendizaje y crecimiento me llevó a cuestionar cada vez más aspectos de mis creencias y mi manera de entender la Biblia. Sentía paz en Dios pero no en mi teología. Cada vez que encontraba alguna contradicción en la Biblia, o algún hueco en mi fe, o alguna incoherencia en las enseñanzas de la Iglesia, necesitaba una explicación, porque creía firmemente que Dios era real, que Jesús era Dios, y de alguna forma todo tendría sentido.

No lo habría admitido entonces, pero tenía miedo de que mi delicado castillo de naipes eventualmente se derrumbara, cuando suficientes dudas sin respuesta se amontonaran, así que leía y aprendía y buscaba respuesta tras respuesta para reforzar los fundamentos de mi fe cada vez más frágil.

Por mucho tiempo, podía equilibrar mis dudas con mis convicciones. Sabía que hay partes de la Biblia que no tienen mucho sentido y reconocía también que hay problemas con la teología que me fue enseñada. Pero también creía en el amor y la bondad de Dios y que tarde o temprano esos problemas se resolverían.

Hasta que en abril del 2017 llegó el día en que ya no podía mantener el equilibrio.

Fueron un montón de factores, algunos más personales que otros, que llevaron a que mi fe, construida con tanto esfuerzo por años de lectura bíblica, oración, prácticas espirituales, trabajo en ministerios, y comunión con otros cristianos, colapsara. 

¿Qué quiero decir con el colapso de mi fe? Pues, no me volví ateo de un día para otro. Sino que al cabo de pocos días ya no podía creer nada con certeza alguna. Sentía muchísima incertidumbre. Me acuerdo haberle dicho a mi mentor que “Había puesto mi confianza en la fuerza de mi fe, así que Dios me la quitó.” Me sentí abandonado por Dios, y entendí mejor que nunca las palabras de Jesús en la cruz:

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
Mateo 27:46

Me sentí muy solo. Perder la fe se compara con la aflicción que uno siente cuando fallece un ser querido, porque en cierta forma es como que haya muerto Dios. Pero cuando fallece un ser querido, normalmente a uno le acompaña su comunidad, su iglesia, sus amigos, su familia, y no hay temor de ser rechazado por estar de luto. Al perder la fe, se suele sufrir en soledad porque se teme la reacción de la comunidad. Yo por eso al principio solo le conté a mi mentor espiritual, y tardó mucho tiempo hasta que pudiera compartirlo con más gente.

El Padre Richard Rohr, un sacerdote franciscano, dice que existen tres cajas en las cuales nos movemos: Orden, Desorden y Reorden

En la caja del Orden se encuentra la religión o comunidad espiritual en la que crecimos. En esta caja hay reglas y preceptos, hay tradiciones y rituales, hay un fundamento para la vida espiritual, y todo está bien ordenado. Esta caja nos da un ancla, y los que crecimos en familias cristianas empezamos nuestras vidas en esta caja, y muchos se quedan en ella.

Luego está la caja del Desorden, cuando nos damos cuenta de los límites del Orden y que no todo es tan perfecto como se nos enseñó en la caja del Orden. Entonces deconstruimos y desordenamos lo que se nos entregó en la primera caja, diseccionando la fe y la religión con la que crecimos, y en muchos casos rechazándola por completo, con todas sus imposiciones.

En el caso ideal (por lo menos para los creyentes), luego de pasar del Orden al Desorden, en algún momento empezamos a reconstruir nuestra fe y espiritualidad y pasamos a la caja del Reorden. En esta caja examinamos todo y retenemos lo bueno. Muchas cosas que se creían o se daban por incuestionable en la caja del Orden ya no se encuentran en el Reorden. Nuevamente hay una fe, pero es distinta. Idealmente se tiene una mejor visión de muchos temas y conceptos e incluso una mejor relación con Dios, pero no se puede llegar a la caja del Reorden sin pasar por el Desorden.

Yo estaba en la caja del Desorden, y creo que lo sigo estando, aunque de a poco veo que estoy reconstruyendo partes de mi fe.

Como anhelaba tener certeza alguna, invertí desde entonces muchísimo tiempo intentando entender qué me pasó y cómo podría obtener nuevamente certidumbre en mi vida espiritual. Leí libros y artículos en línea, escuché prédicas, charlas, y podcasts, y conversé muchísimo con mi mentor. Tanto ha pasado y tanto he aprendido en los últimos años, sería imposible abordar todo, pero menciono aquí de manera bastante resumida cómo ha cambiado mi relación con la Biblia, con Dios, y con la Iglesia. Quizás en el futuro tome el tiempo para entrar en más detalles en cada tema.

Quiero también aclarar desde ya que no comparto esto con la intención de “convertir” a otra gente a mi manera de pensar o creer. No me interesa cambiar las creencias de nadie, excepto si esas creencias le llevan a dañar a otra gente. Solo quiero ayudar a entender, para los que quieren intentarlo, por qué pienso de manera distinta, y también solidarizarme con aquellos que están pasando por una transición similar.

La Biblia

Creo que nunca leí la Biblia como un libro inerrante. Entendí que era una colección de libros, escritos por autores humanos en contextos histórico-culturales específicos y que posiblemente se hayan equivocado en algunos detalles, o que las traducciones que nos fueron transmitidas tenían sus errores ya que, como persona multilingüe con experiencia en traducciones, sé que no todo se puede traducir de manera perfecta. Pero estaba seguro de que los temas fundamentales abordados en la Biblia no podían tener equivocaciones, que las historias bíblicas en su mayoría eran verídicas, y que Dios se encargó de que la Biblia fuera compuesta por los libros que Él quería.

Hasta que la cantidad de contradicciones e incoherencias se volvió imposible de ignorar. Si Dios quiso dejarnos un texto sagrado para guiarnos en nuestra práctica espiritual y religiosa, lo pudo haber hecho mucho mejor. 

Hoy entiendo que la Biblia es una biblioteca que contiene distintos libros escritos por diversos autores con diversos puntos de vista en distintas épocas y situaciones sociopolíticas a lo largo de mil quinientos años. Entiendo que es inspirada por Dios así como una poesía puede ser inspirada por una persona: no la redacta pero es la figura central, y su descripción puede ser imprecisa, exagerada o más romántica que la realidad. La Biblia es una colección de historias, cuentos, cartas, poemas, canciones, profecías, y documentos que describen el largo viaje de un pequeño pueblo del Medio Oriente con su Dios. Entiendo ahora mejor que cuando un autor dice que la ira de Dios no dura para siempre (Salmo 30:5) y otro dice que la ira de Dios no tiene fin (Jeremías 17:4) no se están contradiciendo sino que están describiendo experiencias y perspectivas distintas en situaciones distintas, pero eso solo se puede entender cuando se deja de leer la Biblia como el inerrante diario personal de Dios o una colección de leyes y reglas coherentes entre sí. Esta nueva percepción de la Biblia me permite descubrir muchas cosas nuevas en ella, y quizás me tome el tiempo en otro momento para describir algunas de ellas.

Me da cierta paz ver que hay un libro entero en el Antiguo Testamento dedicado a un maestro que duda de la bondad de Dios (Eclesiastés) o que incluso después de la resurrección de Jesús había discípulos que dudaban (Mateo 28:17). Me da a entender que aún hay lugar para mí en la Iglesia.

Dios

Decimos que Dios todo lo sabe y todo lo puede y también que Dios ama a todos de manera perfecta. Ahora ya no puedo creer en un Dios así. Entiendo que el sufrimiento tiene su lugar en nuestras vidas, pero explícame cómo pueden haber niñas preadolescentes quitadas de sus familias, violadas por sus secuestradores, y vendidas en las calles como prostitutas, si Dios las ama de manera perfecta y también está en su poder evitar ese sufrimiento. Algunos dirán que Dios nos ama pero nos permite tomar nuestras decisiones y por eso los humanos podemos causar tanto sufrimiento. Pero dime, si tienes dos hijos y a ambos amas de todo corazón, y uno de ellos empieza a golpear sin misericordia al otro, ¿acaso no intervendrías si está en tu poder hacerlo? Dios puede ser omnipotente, o puede amar de manera perfecta, pero yo ya no puedo creer que sea ambas cosas a la vez. 

Quisiera creer en un Dios personal y consciente, que decide amarme y que me escucha cuando oro, y que se acerca a la humanidad quizá no para alivianar su sufrimiento sino para participar en él, personificado en Jesús de Nazaret quien no resistió a la opresión romana sino que se dejó ejecutar, porque prefirió morir por sus enemigos que matarlos.

Pero la verdad es que me cuesta creer en un Dios así, que básicamente existe como un ser aparte de su creación, y que tiene consciencia. Tampoco voy a rechazar esta concepción de Dios, y si oro, es porque tengo la esperanza de que alguien me esté escuchando. Pero es actualmente más fácil para mí imaginarme a Dios como el Todo, o que está en todo. Que Dios no es un ser sino es la fuente de todo ser, para describirlo de algún modo. Hace aproximadamente un año tuve una experiencia que quizás pueda describir como mística, en la que en un instante entendí que nosotros no podemos entender nunca a Dios porque estamos inmersos en y rodeados por Dios. Cuando describimos el universo a través de la física y la química, no estamos haciéndolo sin Dios sino literalmente estamos describiendo a Dios. En ese instante, todo tenía sentido y la tenía clara. Y luego esa claridad desvaneció.

Mike McHargue, quien se autodefine como un cristiano que se volvió ateo que se volvió seguidor de Jesús, estableció algunas afirmaciones que él llama axiomas de fe, para darle una base mínima a su espiritualidad. Este es su axioma de Dios (su inglés es complicado, esta es mi mejor traducción):

Dios es POR LO MENOS las fuerzas naturales que crearon y sostienen al Universo tal como son percibidos por un modelo psicosocial en los cerebros humanos que emerge naturalmente desde sesgos innatos. AUN SI esa es una definición exhaustiva (completa) de Dios, la búsqueda de esta experiencia personal y subjetiva puede proveer sentido, paz, y empatía por otros.”

Yo no sé cómo es Dios. No sé si Dios piensa o solo existe como la misteriosa fuerza que creó el Universo. No sé si es consciente, o si ama, aunque me gusta creer que Dios es amor. Como mínimo, yo creo que algo más que las leyes de la física crearon al Universo, pero eso de ningún modo demuestra la existencia del Dios de la Biblia. Sigo explorando este tema y no tengo ninguna certeza al respecto.

La Iglesia

La verdad es que mi percepción de la Iglesia, o de la religión organizada, es lo que menos cambió en esta transición. En Paraguay tuve el privilegio (¿o la bendición?) de congregarme en una iglesia que me encantó y que sigo amando, en la que encontré comunidad y que tiene convicciones claras en cuanto al servicio al prójimo. Varios de nuestros ministerios estaban orientados a la acción social y muchos de nuestros miembros colaboraban directamente, sea con su profesión o con su dinero, con diversos ministerios u organizaciones para-eclesiales cuyas misiones incluyen mejorar las situaciones de los enfermos, presos, huérfanos, y pobres.

En nuestra sociedad tan individualizada, las iglesias resaltan como comunidades que no solo sirven para la comunión de sus miembros sino también para el beneficio de aquellos que no pertenecen a ellas. Las iglesias posibilitan el alcance de metas que serían imposibles para los individuos o pequeños grupos, como la fundación y el mantenimiento de escuelas, ayuda financiera a familias de escasos recursos, o la construcción de un centro de rehabilitación. También permiten el desarrollo social y personal de sus miembros en el marco de una comunidad que los acompaña a largo plazo.

No me he olvidado del aspecto “religioso” (aunque recordamos que de acuerdo a la Biblia, en el libro de Santiago, “La religión verdadera consiste en ocuparse de los huérfanos y de las viudas en sus aflicciones”). Las iglesias fueron creadas con el fin de ser el centro del cristianismo institucional y organizado. Como tales, se organizan en ellas actividades religiosas regulares, como cultos o misas, en las que los congregantes pueden participar de los rituales, tradiciones, y prácticas de la fe. Está demostrado que prácticas espirituales regulares, como la meditación o la oración, y el canto comunitario (“tiempo de alabanza”) como también el sentido de pertenencia a una comunidad basada en creencias y valores comunes, benefician la salud mental, y las personas religiosas que creen en un Dios de amor tienden a ser más compasivas y menos irritables que los ateos y agnósticos. Así que los rituales religiosos, incluso si no existe un Dios, tienen también su lugar y son beneficiosos.

Amo mi iglesia en Asunción, y amo el concepto de iglesia, y yo creo que las iglesias, cuando son fieles a las enseñanzas de Jesús y aman al prójimo y al enemigo, cuidan de los huérfanos y las viudas, visitan a los presos y enfermos, y comparten con los pobres, pueden tener un impacto inconmensurable en la sociedad. Tanto me gusta la iglesia, que aunque ya no sepa que crea, me congrego regularmente en una pequeña iglesia aquí en Berlín.

Sin embargo, algo sí cambió en mi percepción de la Iglesia. A pesar de considerarla una comunidad abierta para todos, muchas iglesias cierran las puertas a ciertos tipos de personas, y ponen ciertas barreras para personas que quieran ser miembros o tan solo congregarse. Hay varios ejemplos, pero quisiera hacer una mención especial aquí a la comunidad LGBTI, porque en mi experiencia es la más rechazada por las iglesias y los cristianos en Paraguay, con mayor vehemencia en los últimos años. Cuando se hizo una encuesta unos años atrás en nuestra denominación acerca de lo que sus miembros consideran pecados, había varias opciones para marcar Sí o No, y solo la homosexualidad fue marcada como Sí es Pecado por el 100% de los encuestados. Entre las otras opciones había adulterio y fornicación, avaricia, mentira, y más, ninguna de las cuales llegó al 100%. Increíblemente, este tema del cual la Biblia habla relativamente poco, fue el único en el que todos estaban de acuerdo que estaba mal. Incluyéndome.

Lo que pienso de la comunidad LGBTI ha cambiado radicalmente en los últimos tres años, y temo que este cambio de postura puede resultar en la pérdida de algunas amistades. La homosexualidad nunca fue para mí un pecado capital como pareciera que lo predican algunos, pero los actos homosexuales estaban claramente prohibidos de acuerdo a mi manera de entender la Biblia. Aun antes de colapsar mi fe, lentamente empecé a cambiar mi manera de pensar en este tema. No fue un cambio de la noche para la mañana, fue un largo proceso con muchísimas incógnitas. Hasta hoy no puedo responder todas las preguntas. Pero sí puedo decir que hoy día soy inequívocamente pro-LGBTI y que creo que las personas de la comunidad no deben cambiar nada para ser plenamente aceptados como todos los demás por la sociedad y por los cristianos en particular. Antes de cambiar mi postura hacia esta comunidad, no conocía personalmente a nadie de ella, pero hoy no solo conozco a algunos, sino que me enorgullece poder llamarlos amigos, y sin duda son algunos de los mejores seres humanos que conozco, ejemplos de humildad, compasión y amor incondicional, dignos de imitar. Algunos de ellos incluso son cristianos que sirven y ministran en sus iglesias.

Yo sé que se nos enseñó que la Biblia condena la homosexualidad, y reconozco que algunos pasajes bíblicos podrían interpretarse de esa forma. Pero existen otras interpretaciones que quiero explorar detalladamente en el futuro, y el término “homosexualidad” como lo entendemos hoy es muy reciente, recién se introdujo en las traducciones bíblicas en los últimos 150 años.

Yo creo en la inclusión radical de los cristianos LGBTI en las iglesias, no solo como miembros sino permitiéndoles ocupar posiciones de liderazgo igual que cualquier otro miembro con la preparación adecuada. Fui gratamente sorprendido en el retiro de mi iglesia actual, cuando vi que no solo participaban una pareja gay y una mujer trans, sino que también formaban parte del comité organizador. Por demasiado tiempo, cristianos LGBTI fueron forzados a escoger entre su fe y su identidad, y me alegra que en mi iglesia ya no tengan que hacer esa elección, sino que son aceptados en su totalidad.

Sé que la gran mayoría de mis amigos en Paraguay no comparte esta postura, y lo entiendo. No fue hace tanto que yo pensaba igual. Tampoco tengo la expectativa de que cambien su manera de pensar por mí, aunque con un poco de suerte les hice pensar para que investiguen por su cuenta.

Podría estar equivocado. Podría ser que la interpretación evangélica de los pasajes en Romanos y en el Antiguo Testamento estaba correcta, y que Dios realmente condena a los LGBTI. Pero ahora que tengo amigos de la comunidad, que me han demostrado que me aman, a pesar de que unos años atrás los habría rechazado, no los voy a abandonar. Si realmente están condenados por su “estilo de vida”, prefiero bajar al abismo con ellos, que ir sin ellos al paraíso. Y creo que Jesús haría lo mismo.

Conclusiones

En fin, mucho ha cambiado desde aquel abril del 2017.

Quizás te preguntes si aún soy cristiano. Pues, hace unos meses decidí ya no identificarme como tal. No porque rechace la fe, sino porque al identificarme como cristiano se asumen tantas cosas de mí, pocas de las cuales son ciertas. Dependiendo de la situación y de quien pregunta, capaz responda que sí soy cristiano, porque Jesús sigue siendo figura central en mi práctica espiritual. Pero si me informas que no puedo decir lo que dije aquí y seguir siendo cristiano, está bien, quédate con la etiqueta. No la necesito, no necesito llamarme cristiano para encontrar a Dios.

Cabe aclarar que no soy ateo, porque el ateo rechaza la existencia de Dios, cosa que no hago. Al menos que definas como ateo a aquél que rechaza la existencia de un Dios temperamental, iracundo, enojadizo, masculino, que odia y condena a los infieles al infierno. Entonces sí soy ateo, el más ateo.

Actualmente resisto etiquetar mi espiritualidad, y no quiero identificarme públicamente como agnóstico o cristiano progresista o humanista o evangélico o espiritual pero no religioso o lo que sea. Siento que necesito seguir explorando mi fe para mí, y quizás llegue a un punto en el que pueda cómodamente identificarme de nuevo con alguna etiqueta. Hoy no.

Esta transición no se acabó aún. Es un viaje, y no sé dónde termina. Tengo amigos que pasaron por transiciones similares. Algunos hoy son cristianos. Algunos hoy son ateos. Al menos uno hoy es budista. Otro es judío mesiánico. Muchos siguen viajando. No hay ningún camino predefinido.

Mi preferencia es que vuelva a tener una fe cristiana con firmeza y convicción. Es más, si pudiera elegir, jamás habría pasado por esta transición. La fe que tenía me apasionaba y nunca habría elegido perderla. Pero no puedo desconocer lo que ahora conozco, no puedo desaprender lo que aprendí. No puedo volver atrás.

También quiero resaltar que hoy día, me siento mucho mejor. El proceso hasta ahora ha sido largo y doloroso, pero hoy día puedo decir que creo que voy a estar bien. He aprendido muchísimo acerca de mí y del mundo, he conocido gente espectacular, tengo amigos muy cercanos en quienes puedo confiar plenamente, encontré comunidad genuina e inclusiva, y siento paz. En estos años me sentí presionado y atascado pero algo cambió en los últimos meses. Nunca me sentí tan libre.

Al escribir todo esto estoy pensando en aquellos que como yo sufrí ahora sufren solos y en silencio porque no saben en quién confiar. Si no sabés más si podés o no creer en Dios, o si creés pero tenés muchas dudas, quiero que sepas que no estás solo. Esto no se termina aún. Si querés creer pero no podés, no estás solo. Yo no creo que Dios nos condena por ser honestos y auténticos con nuestra fe. Es más, creo que prefiere que seamos honestos, a que finjamos ser lo que no somos, o predicar algo que no creemos ni practicamos. En la Biblia lo llaman hipocresía.

“Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor.”
Romanos 8:38-39

Lago Maggiore, Italia, Agosto 2018.